We Can’t Be Trusted (No Podemos Ser Confiados)
Mis parpados están pesados, es casi imposible levantarles.
Me siento agotado, no debería ser así, he estado inmóvil por mucho tiempo,
días, tal vez meses, la verdad no lo sé, mi noción del tiempo es casi nula, a
veces desearía saber qué hora es, pero otras veces me pregunto por qué. El
tiempo nunca hará cambiar mi actual estado.
Reparo en mis brazos, que, con fuerza estrechan mi torso, la
sensación es tediosa, pero ciertas veces me hace sentir seguro, es como estar
con alguien más. Mis extremidades están casi entumecidas, el más mínimo
movimiento me concibe dolor, un dolor que me atrae, que por unos segundos
desnuda mi sensatez.
Levanto con desdén mi cabeza, también esta pesada, pero eso
es normal. Giro mis ojos y encuentro las sucias y deterioradas paredes. Son tan
altas, e incluso estrechas, a veces pienso que en cualquier momento cobraran
vida y trataran de engullirme. Denoto un par de grietas en los muros y las sigo
vacilante. Mi vista continúa girando y explorando la locación en la que me
encuentro aprisionado.
Es gracioso, que encuentre un poco de felicidad en lo que
ahora veo, he intentado suprimir mis emociones por mucho tiempo, pues mi
estabilidad depende de ello. A veces temo despertarlo, despertar su maligna
furia, su incesante odio hacia sí mismo, su desdichado rencor. Trato de
mantenerlo detrás de la barrera psicológica, que mi frágil cerebro impuso.
Aquella plancha de
madera estropeada, ha hecho que las comisuras de mis labios se giren sin darme
cuenta. Una puerta divina, pienso. Se siente bien, por lo menor verla, por lo
menos fantasear sobre mi deseo recurrente.
Oigo un sonido perturbador, giro mi cabeza en busca del
autor del aterrador crujido. El pánico recorre mi cuerpo, empiezo a estremecerme,
mis ojos se mueven con celeridad y desesperación. Lo desperté.
Le temo al suplicio que este ente me pueda generar, mis
probabilidades de escape son vagas y escasas, pero que otra alternativa tengo,
debo intentar huir. Mi cuerpo aun rígido se sacude para liberarme de la camisa
de fuerza, me duelen los brazos, y mi espalda esta gravemente lacerada. Aun así
el miedo hace que mis fuerzas diezmen su poder.
Que le sucede a mi contextura, por que diablos se ha
detenido, mi asustado cerebro les ordena a mis extremidades que se muevan, pero
no responden. Ante mis ojos lo veo surgir, veo su intimidante y a la vez
familiar silueta. Advierto el rencor que emana.
Mi organismo aun no reacciona, sigue fijo al suelo. La
sombra en tanto empieza a deformarse, y a moverse rápida e inusualmente. El
pavor ha recorrido mis venas, la sangre se turbia, deseo correr, gritar pero mi
cuerpo me reprime. Me siento impotente.
La sombra emprende marcha hacia mí, ha desarrollado unos
cuantiosos y desproporcionados brazos, que arremeten contra mi cuerpo. El
terror es tan extremo que desequilibra mis sentidos. Mi visión se
nubla, pero conserva en mira a mi adversario, ahora no puedo siquiera escuchar
mi agitada respiración, el silencio parcial es macabro.
Me hallo alejándome de la tenebrosa criatura, ni siquiera he
notado cuando finalmente mis extremidades obedecieron a mi razón. La sombra
incrementa su tamaño paulatinamente hasta estallar. Salto inconsciente lejos
del espectro, siento alivio y algo se
libera dentro de mí.
Ahora el miedo se ha mezclado con convicción, y por primera
vez en mucho tiempo, creo que puedo ser libre.
Sin detenerme muevo velozmente mis piernas, intentando
obviar la silueta que me asecha. Un fuerte dolor recorre mi hombro derecho,
yazco sobre el suelo, pequeñas astillas de madera se han enterrado en mi
rostro. He atravesado la puerta
haciéndola pedazos.
Me incorporo de ipso facto y me lanzo a la fuga. El torso ha
dejado de sentirse apresado por sus ataduras. Corro más allá de lo que
nunca creí poder, mis ojos solo buscan una salida que me aleje de aquel
siniestro ente. Los corredores parecen no tener fin, pero aún así, el correr
fortalece mi convicción y alimenta mi esperanza de libertad. No sé por donde
transito, los eternos pasillos, se distorsionan, y parecen llevarme siempre al
mismo lugar. Las paredes se hacen angostan, intentando tragarme. La
desesperación aminora mis esperanzas, sin embargo avanzo sin descanso.
Parece que mi enemigo me ha alcanzado, entre cada zancada
atisbo una enorme y maquiavélica figura, afilados y amorfos miembros surgen de
todo su organismo, intentando
aplastarme. Cambian constantemente, es una macabra transformación entre
monumentales fauces, garfios agudos e intensas pupilas.
Los corredores se han convertido en una especie de laberinto
orgánico aliado de mi posible verdugo. Sigo avanzando por los cambiantes
suelos, evitando morir por el cataclismo estructural. El movimiento de los
muros interrumpe mi trayectoria, se dilatan y se contraen asiduamente en un
parpadeo; el colapso de las columnas análogas a mí, buscan detener mi marcha.
Poco a poco la noción del espacio se escapa de mis sentidos.
Mi razón no está segura de la posición
en este cruel laberinto, ¿acaso estaré corriendo verticalmente? ¿La física
finalmente ha cedido a esta inverosímil realidad? , tal vez sea lo más
probable; pero ¿si todo es una percepción mía, y no es más que una mala jugada
de la mezcla de pavor y euforia que
siento?
La verdad las preguntas son irrelevantes en este punto, mi
principal objetivo es eludir la maldita bestia que me persigue incesante. El
camino me lleva a una abismal y gigantesca grieta.
Mi convicción ha tocado su cúspide, haciéndome saltar instintivamente
sin reparar en mis temores.
Ahora mi linfa color granate, hierve y me da fuerzas sobre
humanas, asgo mi libertad.
Al contacto de mi ante pié con el gélido y rudo terreno,
siento nuevamente la intensa presencia del maligno ser. Sus tentáculos alcanzan
mis hombros, debo aventajar con mayor velocidad a esta desproporcionada cosa. Ahora la veo presente en todos
lados, en cada esquina, siempre
intentando capturarme, afortunadamente logro rehuirla.
¿Tendré esperanzas de salir de este claustrofóbico y
apocalíptico escenario?
Con cada paso pienso que es así, que encontraré mi quimera.
Solo debo persistir.
Una ráfaga de luz intensa, momentánea y oscilante me siega
por unos segundos. Se que en aquella luz encontraré mi ensueño, repentinamente
un rascacielos emerge frente a mis incrédulos ojos.
Mi mano izquierda se aferra a una pequeña saliente de la
edificación, empiezo a escalar raudo, constante y decididamente. Mis dedos se
resbalan de un borde, mi cuerpo se inclina, caeré. Aprieto con fuerza mis
parpados, y me preparo para el golpe.
Mis pies aun tocan algún tipo de superficie, sin más remedio, abro mis ojos,
estoy sujeto verticalmente por la planta de mis pies. Hallé la respuesta a mi previa inquisición.
Empiezo a avanzar
rápidamente y con tanto impulso, que, entre un paso y el siguiente, quedan por
un momentos ambos pies en el aire. Corpóreas figuras empiezan a descender de la
torre que transcurro. Son probablemente productos del individuo que me ha
acosado durante toda la travesía. Ahora los obstáculos han triplicadlo su número,
y debo enfrentarme a todos ellos: la sombra, las asquerosas mendas y el
inestable y cambiante terreno. Mi única ventaja es probablemente el desarrollo
fisiológico que mi fuero interno ha desarrollado. Ahora poseo las habilidades
de un prodigioso gimnasta, un inalcanzable corredor y un indomable sansón.
El suplicio crece a medida que subo la aparentemente
infinita construcción. Los aborrecibles entes laceran mi cuerpo, unos me
empujan, otros me golpean, a veces soy sometido por ellos, pero siempre le
agradezco a la fuerza que ahora poseo por ser mi fiel aliada a la hora de
combatirlos.
Golpeo a algunos de estos bichos raros, se desvanecen en el
aire. Cada vez hay más y más de estas cosas, parece una lucha perdida, pero, la
esperanza domina mi adrenalina y se niega a rendirse. Poseo heridas, mucha de
ellas mortales, usan armas que ni mis peores pesadillas pudieran haber
imaginado jamás, me cortan y seccionan.
La sangre se coagula al salir de su opresor, mi piel. La
sangre es expulsada violentamente de mis heridas, hasta combinarse con la
temible silueta. Es una cascada interminable de fluido rojo, que poco a poco,
inunda el laberinto.
Llego al final de la torre, una punta similar al final de un
alto risco: duro y filudo. De nuevo, esbozo una pequeña sonrisa. Ahora veo la
luz. Tengo que saltar, sé que encontrare el infinito y ya nada podrá detenerme.
Mi organismo llegó a su extremo. No puedo mantener mis ojos
abiertos, todo se nubla, las fuerzas que
tuve, han aminorado hasta casi desaparecer. Estoy perdiendo el equilibrio. Un
sordo crujido precedido de un punzante dolor avisa mi final. La sombra
aprovechó mi agotamiento y quebró mis tobillos.
Mi consciente quiso persuadir lo que debí desde un principio
enfrentar. Gire sobre mi mismo para confrontar mi sádico y persistente enemigo.
Reprimir, es una palabra paradójica. No se puede engañar, ni
correr, y mucho menos esconderte de ti mismo.
Me he inventado falsas fantasías para ocultar mi patente realidad.
Alguna vez escuche, que la batalla entre la oscuridad parcial y la luz total siempre llevará a una revolución interior, mística y
fundamental. Algún tipo de dualismo insensato, pensé. Nunca reparé en el
verdadero significado de este aforismo. Siempre tuve la respuesta en mi
interior, pero fui tan ciego que la ignore.
He luchado conmigo mismo en busca de vencer mi nociva mitad.
La persona que abrazo y con la que caigo, es un retrato
perfecto de quien soy. Las lagrimas se escapan de mis ojos, es inevitable.
Observo dentro de los vacios ojos de mi malvado espejo, hallando mi oscura
mitad, la mitad que me ha perseguido todo este tiempo, mi único temor.
Continuo cayendo a una infinita nada, a un interminable
blanco del que surgen siluetas amorfas negras. Estoy dentro de los ojos de mi
siniestra fotografía.
Abro mis ojos, me encuentro en el mismo opaco y frío lugar
en el que todo empezó. Los músculos de mi tez se relajan, una pequeña lágrima
se desliza por mi mejilla hasta llegar al mentón. Cae al suelo, sobre la sombra
paralela que mi cuerpo ha generado.
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